1818 - Corrientes
– Ellos tienen el principal derecho – ha dicho Artigas de los indios, e ellos has sufrido mucha muerte por serle leales.
Andrés Guacurarí, Andresito, indio guaraní, hijo adoptivo de Artigas, es el jefe. En aluvión invadió Corrientes hace un par de meses, flechas contra fusiles, y pulverizó a los aliados de Buenos Aires.
Desnudos, a no ser por el barro del camino y algún andrajo, los indios de Andresito entraron en la ciudad. Traían unos cuantos niños indios que los correntinos habían tenido de esclavos. Encontraron silencio y postigos cerrados. El comandante de la guarnición enterró su fortuna en el jardín y el notario murió del susto.
Los indios llevaban tiempo sin comer, pero nada arrebataron ni nada pidieron. No bien llegaron ofrecieron una función de teatro en homenaje a las familias principales. Inmensas alas de papel de plata, desplegadas sobre armazones de caña, convirtieron a los indios en ángeles guardianes. Para nadie, porque nadie acudió, representaron “La tentación de san Ignacio”, vieja pantomima del tiempo de los jesuitas.
– ¿Así que no quieren venir a fiestas de los indios?
Andresito encendió un enorme cigarro y el humo se le salía por las orejas e por los ojos.
Al amanecer, los tambores tocaron a las armas. A punta de lanza, los más respetables caballeros de Corrientes fueron obligados a cortar la hierba de la plaza y a barrer las calles hasta dejarlas transparentes. Todo ese día estuvieron atareados los caballeros en tan noble tarea y esa noche, en el teatro, dejaron a los indios sordos de tanto aplaudir.
Andresito gobierna Corrientes hasta que Artigas lo manda llamar.
Y se alejan los indios por el camino. Llevan puestas aquellas enormes alas de plata. Hacia el horizonte cabalgan los ángeles y el sol les da fulgores y les da sombras de águilas en vuelo.
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